El viernes pasado me acerqué a la exposición FotoPres ‘09 que se puede ver en estos días en la Fundación Caixaforum de Madrid. He de decir que la visita tuvo doble recompensa.
En primer lugar porque ví excelentes (y crudos) fotorreportajes, que ponen el dedo en la llaga del occidental-medio-del-estado-del-bienestar. Además del reportaje ganador, sobre las mujeres atacadas con ácido en Pakistán, otros dan cuenta suficiente de lo que es el mundo fuera de la tranquila vida primermundista.
Pero no es esto lo que quiero contar, sino la verdadera bofetada en mi prejuiciosa mente que recibí mientras miraba, creo, el reportaje de Walter Astrada. Delante de mí, dos mujeres miraban las fotos y charlaban. Me llamó la atención una de ellas: bajita, rellenita y con una chupa de cuero rojo. Tenía unas facciones muy marcadas, y una cara perfectamente normal. No me entendáis mal, perfectamente normal significa que podría ser la madre de mi amigo José, o mi propia tía. Me llamó la atención, digo, obviamente no por su rareza, sino por su normalidad. Bueno, por su normalidad y por la cámara canon profesional con un objetivo de los gordos que llevaba como si fuese su hijo.Y entonces pegué la oreja: …leí el otro día que se viene a vivir a España desde Líbano porque ahora la acción está aquí, ya sabes como es Maruja Torres…. Lo que dijo ella a veces lo digo yo hablando con mis amigos de las columnas de opinión del periódico, pero como habló de Maruja Torres como si la conociera, sumado a la cámara profesional y a sus comentarios ante las fotos, me dio por pensar: ¿a ver si ésta va a ser Cristina García Rodero?. No es que yo sea mitómano pero de pequeño, en casa de mis padres, de fotografía había algún que otro libro, y yo tengo siempre en la cabeza la idea de que empecé a hacer fotos por aquel “España oculta” que me harté de (h)ojear. Así que cuando llegué a casa miré en el Photobolsillo y en Internet. Y efectivamente: era ella.
A ver cómo digo esto sin ofender a nadie, y mucho menos a Cristina, que dudo que lea esto alguna vez. La verdad es que se me hizo difícil imaginarme a la madre de mi amigo José viajando por todo el mundo y haciendo fotos en los lugares más recónditos, como en realidad ha hecho ella. Y luego pensé: ¿si a mí me tuvieran que hacer una foto, no querría yo que me la hiciese mi tía -pero con una cámara profesional en vez de la compacta digital de 80 euros del Carrefour-?. Y además, ¿acaso es necesario ser el Doctor Livingston para hacer fotos?, ¿no valemos cualquiera con una cámara y algo de sensibilidad?. Lo cierto es que, y ya me vale a mí también, los prejuicios me han hecho imaginar a los fotógrafos viajeros –o sea, a casi todos- con el cuerpo de Indiana Jones y la cara de Viggo Mortensen o Angelina Jolie. La realidad, menos mal, es que irse a Kosovo en plena guerra y tener el aspecto de Gervasio Sánchez no sólo es plausible, sino muy agradable de cara a romper prejuicios de imagen. He dicho.
En primer lugar porque ví excelentes (y crudos) fotorreportajes, que ponen el dedo en la llaga del occidental-medio-del-estado-del-bienestar. Además del reportaje ganador, sobre las mujeres atacadas con ácido en Pakistán, otros dan cuenta suficiente de lo que es el mundo fuera de la tranquila vida primermundista.
Pero no es esto lo que quiero contar, sino la verdadera bofetada en mi prejuiciosa mente que recibí mientras miraba, creo, el reportaje de Walter Astrada. Delante de mí, dos mujeres miraban las fotos y charlaban. Me llamó la atención una de ellas: bajita, rellenita y con una chupa de cuero rojo. Tenía unas facciones muy marcadas, y una cara perfectamente normal. No me entendáis mal, perfectamente normal significa que podría ser la madre de mi amigo José, o mi propia tía. Me llamó la atención, digo, obviamente no por su rareza, sino por su normalidad. Bueno, por su normalidad y por la cámara canon profesional con un objetivo de los gordos que llevaba como si fuese su hijo.Y entonces pegué la oreja: …leí el otro día que se viene a vivir a España desde Líbano porque ahora la acción está aquí, ya sabes como es Maruja Torres…. Lo que dijo ella a veces lo digo yo hablando con mis amigos de las columnas de opinión del periódico, pero como habló de Maruja Torres como si la conociera, sumado a la cámara profesional y a sus comentarios ante las fotos, me dio por pensar: ¿a ver si ésta va a ser Cristina García Rodero?. No es que yo sea mitómano pero de pequeño, en casa de mis padres, de fotografía había algún que otro libro, y yo tengo siempre en la cabeza la idea de que empecé a hacer fotos por aquel “España oculta” que me harté de (h)ojear. Así que cuando llegué a casa miré en el Photobolsillo y en Internet. Y efectivamente: era ella.
A ver cómo digo esto sin ofender a nadie, y mucho menos a Cristina, que dudo que lea esto alguna vez. La verdad es que se me hizo difícil imaginarme a la madre de mi amigo José viajando por todo el mundo y haciendo fotos en los lugares más recónditos, como en realidad ha hecho ella. Y luego pensé: ¿si a mí me tuvieran que hacer una foto, no querría yo que me la hiciese mi tía -pero con una cámara profesional en vez de la compacta digital de 80 euros del Carrefour-?. Y además, ¿acaso es necesario ser el Doctor Livingston para hacer fotos?, ¿no valemos cualquiera con una cámara y algo de sensibilidad?. Lo cierto es que, y ya me vale a mí también, los prejuicios me han hecho imaginar a los fotógrafos viajeros –o sea, a casi todos- con el cuerpo de Indiana Jones y la cara de Viggo Mortensen o Angelina Jolie. La realidad, menos mal, es que irse a Kosovo en plena guerra y tener el aspecto de Gervasio Sánchez no sólo es plausible, sino muy agradable de cara a romper prejuicios de imagen. He dicho.
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