casi invisible



2012/12/17

un respeto (o siete notas sobre los tristes fotógrafos profesionales y anónimos)

Hace un tiempo escribí un artículo para una página web sobre fotografía, llamada sales de plata. Se publicó por capítulos, dada su extensión, así que lo traigo aquí porque considero que su comprensión es más sencilla leído de una sola vez.

1
- Ese libro está muy bien - me dijo la cajera del ICP de Nueva York - ¿Conoces a Alec Soth?, el otro día estuvo dando una charla aquí…, es un tipo interesante que tiene una página muy divertida.

Con la soltura americana que tanto envidio me lo apuntó en el ticket de compra: www.littlebrownmushroom.com

La verdad, no conocía a Alec Soth, y tampoco el libro era suyo, aunque lo prologue. Me lo compré, todo hay que decirlo, por la foto de la portada y porque el título me entusiasmó: Suburban World… uno espera una mezcla entre Bill Owens y William Egglestone, y sin duda algo así es lo que hay, si se le añade el toque Weegee de las fotografías de sucesos… prometedor, ¿no?


2
Brad Zellar (www.yourmanforfuninrapidan.blogspot.com), que así se llama el gestor del proyecto, buscaba imágenes de mediados de siglo (pasado) para ilustrar un artículo acerca del strip de Bloomington, una localidad del área denominada como Twin Cities (se trata de un conglomerado urbano que engloba las ciudades de Minneapolis, Saint Paul y Bloomington, pertenecientes a dos estados, Minnesota y Wisconsin). Desde los años 50 el desarrollo suburbial de los Estados Unidos, fenómeno denominado sprawl, ha convertido las ciudades americanas en un continuum a lo largo de las vías de comunicación con el extrarradio, en las cuales se han ubicado multitud de negocios y centros comerciales o empresariales generando unos espacios urbanos de gran interés para muchos fotógrafos posmodernos como Ed Ruscha, Stephen Shore, Robert Adams o Lewis Baltz.












Robert Adams, de The New West (1974)










Ed Ruscha, de Twentysix Gasoline Statios (1963)











Stephen Shore, de Uncommon Places (1982)

En cualquier caso, Zellar buscaba el tipo de imágenes que se pueden encontrar en cualquier sociedad histórica de cualquier localidad americana, imágenes amateurs que captasen el espíritu de una época de desarrollo económico y social ligado a la guerra fría y al miedo atómico. Al preguntar al voluntario que gestionaba los fondos, y tras una breve consulta, éste le comunicó que existía un fondo documental de un fotógrafo local llamado Norling que su familia acababa de donar. Zellar, que esperaba encontrar la típica caja con retratos de estudio, halló en cambio un legado bien organizado de placas y películas clasificadas según un índice con temas (de lo más peregrinos) detallados de todas y cada una de las tomas. Y tras ver alrededor de 100 fotos, ya sabía que había encontrado algo muy valioso.

A la salida del archivo preguntó por el antiguo propietario del legado, pero el voluntario que gestionaba el archivo no le supo dar ningún dato acerca de lo que acababa de ver. Tampoco internet ayudó, así que Zellar comenzó a llamar por teléfono de manera aleatoria a algunos Norling que aparecían en la guía del estado de Minnesota. Sin que hubiese suerte, disparó su última bala preguntando al actual jefe de la policía de Bloomington.

Bingo.

Resultó que éste había ido al colegio con el hijo del fotógrafo

- Lo mejor es que hables con el propio Irwin Norling, el autor de las fotografías - le dijo el jefe de policía.
-Sigue vivo. Y sigue en Bloomington.

3








Irwin Norling, hacia 1959


En el libro se describe a un hombre pluriempleado, un técnico que además de trabajar en una empresa de material en la que diseñaba herramientas (su “verdadero trabajo”, en sus propias palabras) consiguió que tanto el periódico local como la poco profesionalizada policía, le encargasen durante más de treinta años sus servicios como fotógrafo freelance. El resultado de esas colaboraciones, así como otros muchos trabajillos eventuales como fotógrafo de publicidad para pequeños negocios, o fotógrafo local para eventos populares, se convierte en un retrato a la vez fantástico y algo freak de una sociedad tan estandarizada, suburbial y extraña (para nosotros) como es la norteamericana. (Si alguien quiere ver un retrato fidedigno en menos de 3 minutos de lo que es un típico suburbio norteamericano, que vea la cortinilla de la serie Weeds, con el fondo sonoro de Little Boxes)

Irwin Norling murió en 2003; Brad Zellar publicó su libro Suburban World en 2008.








4
Ese mismo año 2008, Diane Keaton comisariaba junto con Marvin Heiferman en el mismo ICP de Nueva York una exposición sobre la obra fotográfica de Bill Wood titulada Bill Wood’s Business legada al International Center of Photography por la actriz veinte años antes. Probablemente a nadie le suene el nombre del fotógrafo, pero sin duda lo fue: el fotógrafo más profesional que puede haber, estrictamente hablando. Sin atisbo de artisticidad, puro business, Wood fotografió los negocios, los eventos, los desarrollos urbanos del entorno de Fort Worth, Texas, entre finales de los años 40 y finales de los años 60. Familias con sus perros, vuelos fotográficos para documentar el avance de las obras de construcción de los suburbios de la ciudad, inauguraciones de nuevos negocios, supermercados, televisores, accidentes de tráfico, visitas guiadas a pisos piloto, materiales de construcción o cualquier otro objeto en manos de una modelo que anunciaba su perfección, vaqueros con sombrero, equipos de baloncesto de barrigudos cincuentones, mataderos o escuelas para niños negros…: todo.





5
En un país como el nuestro, al que el desarrollismo no llegó hasta finales de los años 60, es impensable encontrar hallazgos de esta magnitud. No imagino a Diane Keaton en Madrid o Barcelona buscando empresas especializadas en el mantenimiento de legados fotográficos (uff, menudo negocio…) y buceando en los archivos mirando miles y miles de negativos de “fotógrafos profesionales”. Pero así fue como lo consiguió en ese país en el que, si hay negocio, las cosas funcionan.

6
Existen, además de estos dos ejemplos, muchos más fotógrafos profesionales de mediados del siglo XX en Estados Unidos cuya obra, revisitada a partir del nuevo milenio, ha sido ensalzada o al menos tenida en consideración con una perspectiva de mayor reconocimiento. En algunos casos, su importancia es tan grande desde un punto de vista documental que su obra se ha guardado en la biblioteca del congreso norteamericano, con acceso ilimitado para cualquiera con un ordenador e internet (como la colección Theodor Horydczak o el legado de Samuel Gottscho y William Schleisner). Para los nostálgicos baste el simple hecho de rememorar el pasado; para los que nos gusta la historia de la fotografía, es siempre sorprendente ser capaces de unir puntos y relacionar lenguajes: ¿o no vemos conexiones entre estos fotógrafos, profesionales y anónimos, y las fotografías, por ejemplo, de John Divola o James Alinder?








James Alinder















John Divola, de su serie San Fernando Valley (1971-73)




Sería interesante reconocer que la fotografía “no artística”, aquella que se hace con fines comerciales o puramente documentales, al servicio de las instituciones (a veces) o de empresas (las más), resulta de un incalculable valor no sólo documental, sino estético, y que más de un fotógrafo ha bebido, voluntaria o involuntariamente, de esas fuentes creativas. Otro ejemplo: si confrontamos estas obras con la de fotógrafos reconocidos artísticamente como puede ser Bill Owens y su tan jaleada trilogía Suburbia - Working - Leisure, vemos que el lenguaje utilizado resulta “copiado” del de los fotógrafos locales (profesionales o amateurs). La estética del snapshot no es tan determinante como la conciencia inclusiva del fotógrafo que se iguala al fotografiado, sin crítica ni acidez, con la sencillez y la honestidad que nos da reconocernos ante lo que tenemos al otro lado del visor. Esto es, la mirada del insider.


















7
Para cerrar un texto que ya va siendo demasiado largo, basta traducir las palabras finales de Zellar en Suburban World: "…las fotografías de Norling capturaron un borroso y difícil punto medio entre la imaginación y la experiencia, entre los sueños y la realidad, entre el pasado y el futuro. Un presente, en otras palabras, que siempre se está escapando a la velocidad a la que disparamos una cámara".

A fin de cuentas, ese es el trabajo de un verdadero fotógrafo, bien sea un amateur, un artista o un triste y anónimo profesional.

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