casi invisible



2011/01/31

los tres esperan

los ritmos desde dentro

2011/01/30

2011/01/27

y al fondo está el puerto

autorretrato

amores secretos

aproximadamente

el timbre

perfiles de un vuelo

en la ciudad del amor los vándalos dibujan corazones

2011/01/25

interstate food inc.

2011/01/21

la tierra pide agua

2011/01/19

autorretrato con gato

2011/01/18

2011/01/17

2011/01/13

nostalgia en un día de invierno




















El mar suena blanco.
El aire repleto de sal lo baña todo alrededor, mientras enormes lagartijas rayadas saltan hacia atrás justo antes de ser arrolladas y adornan las piedras, los arcenes y las rendijas de los ocres muros que delimitan las parcelas.
El aire es también blanco.
Abriendo regiones cromáticas los verdes más suaves casi no existen, dejando paso a los azules caribeños y límpidos, añiles intensos, todos los azules que hay en ondas y caricias de roca, bordeándolo todo, rodeando peces y tierra y cielo, acotando islotes que brotan, fascinados por el reflejo allí de una espuma, casi nula, que se rebela contra la quietud del manso manto de agua.
Rodamos a lo largo de la espina dorsal de asfalto sobre nuestras bicicletas, dejando a ambos lados pequeñas casitas y colmados, acompañados por la brisa y el brillo del mar que puebla cada suspiro, cada brizna de hierba, cada rugosa corteza de pino, cada sabina.
Y al final, como eterno retorno, el reflejo apagado, paradójicamente mate, de las salinas. Volvemos al charco en el que el agua envejece y muere y flota y se va, dejando como espíritu impenitente, como rastro indeleble, la esencia del agua que no se bebe, lo que se pega a la piel y pertenece al último rastro físico que se borra de esta isla que ya dejamos, pero que estará por mucho tiempo con nosotros: Formentera.