Ya lo dijo Jack Black en aquel fantástico papel en la película "Alta Fidelidad" refiriéndose a Stevie Wonder: es mejor quemarse rápido que apagarse poco a poco. Cualquiera que haya oído Songs in the Key of Life, triple disco de un compositor inspiradísimo, no es capaz de asumir las bazofias que hizo a partir de mediados los ochenta. Eso no quiere decir que sea un mal músico; quiere decir que intentar alargar una carrera sin saltar al vacío de vez en cuando lleva a fiascos como (ay, me duele decirlo...) el de Herbie Hancock. No es que yo sea el máximo admirador de Hancock: en la historia del jazz moderno al menos me vienen tres nombres antes que el suyo (Thelonius Monk, Bill Evans, y por supuesto Duke Ellington), pero sí es uno de los más grandes. Y por eso cuando en los últimos momentos de su carrera estropea una trayectoria forjada desde los orígenes a base de composiciones que se han convertido en standards (Watermelon Man o Cantaloop, por poner dos de los más funkies) y álbumes tan revolucionarios como el Head Hunters, a uno le da pena.
Lo de ayer fue un refrito de versiones de temas del pop pasados por las manos hábiles del piano de Hancock y sus músicos (competentes, eso está claro) y algunos toques de jazz-funk a partir de sus temas estandarte. Y ya. Nada más. Y viniendo de alguien como él, alguien que ha tocado con los más grandes (Miles, Coltrane, Dexter Gordon, Paul Chambers...) eso es muy poco.
Lo de ayer fue un refrito de versiones de temas del pop pasados por las manos hábiles del piano de Hancock y sus músicos (competentes, eso está claro) y algunos toques de jazz-funk a partir de sus temas estandarte. Y ya. Nada más. Y viniendo de alguien como él, alguien que ha tocado con los más grandes (Miles, Coltrane, Dexter Gordon, Paul Chambers...) eso es muy poco.
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